El sábado pasado fui a Mixup a comprar unos audífonos para escuchar el podcast, porque sí, cuando termino de editarlo primero lo escucho completo desde Audacity con los Headset, después lo paso al celular (anteriormente al iPod pero ya se me descompuso) para escucharlo nuevamente, primero con los Headset y posteriormente con unos audífonos convencionales. La razón de hacer esto es porque el audio cambia un poco cuando se escucha con uno u otro dispositivo y porque también a veces hay variaciones de volumen y calidad antes y después del renderizado.
Pero en fin, regresando a lo que quería contarles, fui a esta tienda (no me están patrocinando) y compre unos audífonos azules idénticos a los que tenía y que perdí hace un par de semanas, luego caminé entre los estantes de películas buscando la tercera temporada de Game of Thrones. Llevaba dinero suficiente para comprar ambas cosas sin problemas, ahorros que había hecho de mi quincena anterior (aunque a mí me pagan cada mes), así que me puse a buscarla. Para mi fortuna, tardé un tiempo en encontrarla y en ese inter descubrí que allí venden anime original.
En muchas tiendas de películas originales es posible encontrar anime y series populares (Dragon Ball, Los Caballeros de Zodiaco, películas de Ghibli), pero la mayoría tienen la misma selección y no cuentan con esas joyas que uno anhelaría ver en los estantes y, por qué no, comprar, pese a que ya las hayamos visto o las tengamos pirata. Sin embargo, hoy fue un caso diferente, además de los clásicos de Miyazaki o algunas que otra obra de Mamoru Hosoda (Tokikake, Summer Wars, Los niños Lobo) pude ver grandes clásicos de los viejos tiempos, como Paprika, del grandioso Satoshi Kon, Aplassed Ex Machina, Ghost in the Shell, alguna de las Óperas Espaciales de Leiji Matsumoto y las tres películas que hasta ahora integran Rebuild of Evangelion, entre otros clásicos animados que no vienen de Japón, como la formidable oda a la ciencia ficción pulp europea, Heavy Metal.
Después de unos minutos mirando embelesado aquella fabulosa selección y abriendo discretamente mi cartera para hacer cuentas y ver cuántas de ellas podría comprar, decidí que quizás lo más raro y difícil de conseguir sería Heavy Metal, sobre todo porque estaba en Blue Ray, así que la tomé y di una última vuelta por el lugar antes de regresar para llevarme las tres películas de Evangelion. Lamentable o afortunadamente me topé con la tercera temporada de Game of Thrones rebaja de su precio original, así que después de dudar unos segundos decidí comprar la serie y dejar al resto de animes originales para otra ocasión, una en la que tenga más dinero. Aunque si hubiera visto 5 cm por Segundo de Makoto Shinkai estoy seguro que no estaría viendo a Tyron Lanister fornicar con cinco prostitutas en este momento (a quien engaño, estoy escribiendo esto el mismo sábado y aún no he abierto el dvd, pero no dudo que pueda haber una escena así).
“En mis tiempo, la televisión infantil tenía mejor contenido”, “cuando era niño, las caricaturas eran muchos más graciosas”, “antes pasaban buenos programas y no esas porquerías”, esas y otras frases similares me han resultado muy comunes últimamente, ya sea porque las he escuchado de otros o bien porque yo mismo he tenido la intención de decirlas. Dicho fenómeno me recordó un podcast (no recuerdo de quien) en el que hablaban del síndrome de estar viejo, el cual se manifiesta con ese tipo de frases y con la constante necedad de creen que en nuestro tiempo las cosas eran mejores.
Reflexionando un poco sobre el asunto pude notar que la música, las películas y los programas que ven ahora los morritos de primaria y secundaria son realmente una porquería, me resultan desagradables, irritantes, carentes de sentido y estúpidos. Esas nuevas novelas juveniles o las sosas comedias para pubertos —como las de Dan Shneider— se han vuelto un producto más genérico que los artificiales pastelitos de Marinela. Y todo eso me ha obligado a creer que sí, en efecto, en mis tiempos las cosas eran mejores, ¿o tal vez ya me estoy volviendo viejo?
Pero no, en mis tiempos las cosas no eran mejores, al menos no a principio de los 90. Ejercitando un poco la memoria me doy cuenta de que los programas de antes realmente eran tontos, tan tontos como los de ahora, pero nos resultaban divertidos porque abordaban temas que a los niños de hoy ya no les ha tocado vivir y —más importante aún— nos gustaban porque no había otra cosa que ver, al menos a mí me llegó a pasar varias veces.
Muchos de los programas que veía de niño, especialmente caricaturas, terminaron gustándome porque no había otras opciones. La mayoría de las series eran programas rezagados de los ochenta, pues a México todo llegaba con varios años de retraso, actualmente la diferencia es de una o dos temporadas, pero en ese entonces, cuando un programa pasaba en nuestro país tenía varios años de haber dejado de trasmitirse en Estados Unidos.
La vuelta al mundo en ochenta días
Fantasías Animadas de Ayer y Hoy, el Show de Porky, Bugs Bunny o Astroboy, eran caricaturas que nuestros padres veían de niños. Claro que si nos remontamos más atrás tendríamos que hablar de radionovelas como Apague la luz y escuche o Kaliman. En cuanto a las series tenemos Bonanza, Daniel Boone, La Isla de Gilligan, El Tunel de Tiempo o Bat Masterson, por emocionar algunas. Y en cuanto a las historietas destacan Chanoc, Los Supersabios, Tawa y La Familia Burrón.
A mí aún me tocó ver La Isla de Gilligan y La Familia Monster en algunas de sus innumerables e infinitas repeticiones, porque eso era algo que a todos nos fastidiaba pero nos tenía alelados frente al televisor esperando que ésta vez sí estrenaran un capítulo nuevo.
La Familia Monster
Ver televisión abierta antes de los noventa y aún durante gran parte de dicha década significaba que nunca verías ni el inicio ni el final de aquella serie que con tanto gusto sintonizabas; yo en lo personal no recuerdo haber visto ninguno de ellos. Además de las constantes repeticiones, que estoy seguro muchos sufrieron al ver Pokemon, Digimon o Dragon Ball, teníamos una carencia de contenido catastrófica.
Recuerdo que durante mi infancia siempre deteste los sábados y los domingos, pues no había nada en la televisión salvo programas como Siempre en Domingo, Sábado Gigante, El Juego de la Oca, el eterno En Familia con Chabelo y cinco horas de El Chavo de Ocho. Y eso era en mis tiempos (frase que ya suena a viejo), en los de nuestros padres no había más que chutarse seis horas de toros en la telecita blanco y negro del vecino rico del barrio; aunque podían correr con suerte y ver un rato a Cachirulo.
El Príncipe del Rap
Dos de las caricaturas que constantemente veía de niño —en la primera mitad de los 90— pero que siempre odie y a la fecha no me gustan son: Fantasías Animadas de Ayer y Hoy y Animaniacs. La primera tenía un diseño muy de adultos, muy de cabaret, con escenas repetitivas y estereotipos racista y sexistas, como el típico negro caníbal sobrecaricaturizado, la voluptuosa mujer en traje rojo o el cantante de voz grabe y barba partida que fumaba puros sin parar. El segundo era raro, grotesco y extremadamente estúpido (sin ofender a quienes les guste). Los veía porque no había otra cosa.
También recuerdo haber visto Dinosaurios (los del nene consentido), que eran un poco más cómicos pero que en un principio tampoco me agradaban, su estética era algo violenta y los mamíferos me repugnaban. Sin embargo, terminé siendo un fan, más por fuerza que por gusto; digamos que muchos de los programas que veía fueron gustos adquiridos.
Dinosaurios
Entrando de lleno a la animación, de la primera mitad de los noventa tengo muy pocos recuerdos de caricaturas que realmente disfrutaba. Una de las que veía con frecuencia era La Pantera Rosa, que nunca fue mi favorita pero lograba entretenerme por momentos, Voltron, Heidi y La vuelta al mundo en ochentas días, eran de las que más disfrutaba. Pero sin duda, mi favorita de aquellos años fue Thundercats, sin olvidar los clásicos como Los Picapiedra o Los Supersónicos. Los Power Rangers (MMPR), pese a no ser animados, fueron quizás el programa favorito de mi infancia temprana.
Para mediados de los noventa no hubo muchos cambios, los programas seguían siendo una basura y quizás sólo hubo dos programas de comedia que realmente disfrutaba: El príncipe del rap y La niñera. Pero en la animación surgieron tres series que realmente fueron buenas e incluso hoy siguen siendo atractivas: Dragon Ball junto a Los Caballeros de Zodiaco, que ponían al anime de vuelta en el mapa, y Batman (TAS), que reivindicaba al superhéroes como el caballero de la noche que deber ser y no la burlesca versión sesentera.
Para finales de los noventa y principios de siglo, llegó una nueva oleada de caricaturas a televisión abierta, proveniente la mayoría de Nickelodeon y Cartoon Network. Las chicas súperpoderosas, El laboratorio de Dexter, Jonny Bravo, Hey Arnold!, entre otras, nos proporcionaron nuevas opciones televisivas que rápidamente nos engancharon a la pantalla. Además, una nueva oleada de series catapultó una vez más a la animación japonesa, Slam Dunk, Sakura Card Captor, Digimon y Pokemon, se convirtieron en franquicias con miles de adeptos en todo el país.
Así fue como logré sobrevivir a los noventa, consumiendo programas de baja calidad en televisión abierta, como la mayoría de niños de clase media-baja, y siendo educado por una televisión con años de rezago en nuestro país, que pese a lo mala que pudiera ser, absorbía cada día más horas de nuestras vidas. Y sé que muchos programas se quedaron sin menciona, pero no los recuerdo todos y probablemente muchos de ellos ni siquiera los vi, deben tener en cuenta que pese a ser nativo de los noventa, me perdí de los primero 27 días de esa década.