El síndrome de viejo

La televisión en los 90

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“En mis tiempo, la televisión infantil tenía mejor contenido”, “cuando era niño, las caricaturas eran muchos más graciosas”, “antes pasaban buenos programas y no esas porquerías”, esas y otras frases similares me han resultado muy comunes últimamente, ya sea porque las he escuchado de otros o bien porque yo mismo he tenido la intención de decirlas. Dicho fenómeno me recordó un podcast (no recuerdo de quien) en el que hablaban del síndrome de estar viejo, el cual se manifiesta con ese tipo de frases y con la constante necedad de creen que en nuestro tiempo las cosas eran mejores.

Reflexionando un poco sobre el asunto pude notar que la música, las películas y los programas que ven ahora los morritos de primaria y secundaria son realmente una porquería, me resultan desagradables, irritantes, carentes de sentido y estúpidos. Esas nuevas novelas juveniles o las sosas comedias para pubertos —como las de Dan Shneider— se han vuelto un producto más genérico que los artificiales pastelitos de Marinela. Y todo eso me ha obligado a creer que sí, en efecto, en mis tiempos las cosas eran mejores, ¿o tal vez ya me estoy volviendo viejo?

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Pero no, en mis tiempos las cosas no eran mejores, al menos no a principio de los 90. Ejercitando un poco la memoria me doy cuenta de que los programas de antes realmente eran tontos, tan tontos como los de ahora, pero nos resultaban divertidos porque abordaban temas que a los niños de hoy ya no les ha tocado vivir y —más importante aún— nos gustaban porque no había otra cosa que ver, al menos a mí me llegó a pasar varias veces.

Muchos de los programas que veía de niño, especialmente caricaturas, terminaron gustándome porque no había otras opciones. La mayoría de las series eran programas rezagados de los ochenta, pues a México todo llegaba con varios años de retraso, actualmente la diferencia es de una o dos temporadas, pero en ese entonces, cuando un programa pasaba en nuestro país tenía varios años de haber dejado de trasmitirse en Estados Unidos.

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La vuelta al mundo en ochenta días

Fantasías Animadas de Ayer y Hoy, el Show de Porky, Bugs Bunny o Astroboy, eran caricaturas que nuestros padres veían de niños. Claro que si nos remontamos más atrás tendríamos que hablar de radionovelas como Apague la luz y escuche o Kaliman. En cuanto a las series tenemos Bonanza, Daniel Boone, La Isla de Gilligan, El Tunel de Tiempo o Bat Masterson, por emocionar algunas. Y en cuanto a las historietas destacan Chanoc, Los Supersabios, Tawa y La Familia Burrón.

A mí aún me tocó ver La Isla de Gilligan y La Familia Monster en algunas de sus innumerables e infinitas repeticiones, porque eso era algo que a todos nos fastidiaba pero nos tenía alelados frente al televisor esperando que ésta vez sí estrenaran un capítulo nuevo.

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La Familia Monster

Ver televisión abierta antes de los noventa y aún durante gran parte de dicha década significaba que nunca verías ni el inicio ni el final de aquella serie que con tanto gusto sintonizabas; yo en lo personal no recuerdo haber visto ninguno de ellos. Además de las constantes repeticiones, que estoy seguro muchos sufrieron al ver Pokemon, Digimon o Dragon Ball,  teníamos una carencia de contenido catastrófica.

Recuerdo que durante mi infancia siempre deteste los sábados y los domingos, pues no había nada en la televisión salvo programas como Siempre en Domingo, Sábado Gigante, El Juego de la Oca, el eterno En Familia con Chabelo y cinco horas de El Chavo de Ocho. Y eso era en mis tiempos (frase que ya suena a viejo), en los de nuestros padres no había más que chutarse seis horas de toros en la telecita blanco y negro del vecino rico del barrio; aunque podían correr con suerte y ver un rato a Cachirulo.

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El Príncipe del Rap

Dos de las caricaturas que constantemente veía de niño —en la primera mitad de los 90— pero que siempre odie y a la fecha no me gustan son: Fantasías Animadas de Ayer y Hoy y Animaniacs. La primera tenía un diseño muy de adultos, muy de cabaret, con escenas repetitivas y estereotipos racista y sexistas, como el típico negro caníbal sobrecaricaturizado, la voluptuosa mujer en traje rojo o el cantante de voz grabe y barba partida que fumaba puros sin parar. El segundo era raro, grotesco y extremadamente estúpido (sin ofender a quienes les guste). Los veía porque no había otra cosa.

También recuerdo haber visto Dinosaurios (los del nene consentido), que eran un poco más cómicos pero que en un principio tampoco me agradaban, su estética era algo violenta y los mamíferos me repugnaban. Sin embargo, terminé siendo un fan, más por fuerza que por gusto; digamos que muchos de los programas que veía fueron gustos adquiridos.

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Dinosaurios

Entrando de lleno a la animación, de la primera mitad de los noventa tengo muy pocos recuerdos de caricaturas que realmente disfrutaba. Una de las que veía con frecuencia era La Pantera Rosa, que nunca fue mi favorita pero lograba entretenerme por momentos, Voltron, Heidi y La vuelta al mundo en ochentas días, eran de las que más disfrutaba. Pero sin duda, mi favorita de aquellos años fue Thundercats, sin olvidar los clásicos como Los Picapiedra o Los Supersónicos. Los Power Rangers (MMPR), pese a no ser animados, fueron quizás el programa favorito de mi infancia temprana.

Para mediados de los noventa no hubo muchos cambios, los programas seguían siendo una basura y quizás sólo hubo dos programas de comedia que realmente disfrutaba: El príncipe del rap y La niñera. Pero en la animación surgieron tres series que realmente fueron buenas e incluso hoy siguen siendo atractivas: Dragon Ball junto a Los Caballeros de Zodiaco, que ponían al anime de vuelta en el mapa, y Batman (TAS), que reivindicaba al superhéroes como el caballero de la noche que deber ser y no la burlesca versión sesentera.

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Para finales de los noventa y principios de siglo, llegó una nueva oleada de caricaturas a televisión abierta, proveniente la mayoría de Nickelodeon y Cartoon Network. Las chicas súperpoderosas, El laboratorio de Dexter, Jonny Bravo, Hey Arnold!, entre otras, nos proporcionaron nuevas opciones televisivas que rápidamente nos engancharon a la pantalla. Además, una nueva oleada de series catapultó una vez más a la animación japonesa, Slam Dunk, Sakura Card Captor, Digimon y Pokemon, se convirtieron en franquicias con miles de adeptos en todo el país.

Así fue como logré sobrevivir a los noventa, consumiendo programas de baja calidad en televisión abierta, como la mayoría de niños de clase media-baja, y siendo educado por una televisión con años de rezago en nuestro país, que pese a lo mala que pudiera ser, absorbía cada día más horas de nuestras vidas. Y sé que muchos programas se quedaron sin menciona, pero no los recuerdo todos y probablemente muchos de ellos ni siquiera los vi, deben tener en cuenta que pese a ser nativo de los noventa, me perdí de los primero 27 días de esa década.

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Los Dinozords (MMPR)

Japón y sus desastres III: Los héroes y la idea de progreso

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En el post anterior sobre “Japón y sus Desastres” vimos cómo el estrés postraumático que dejó la Segunda Guerra Mundial se vio reflejado en los Kaiju (grandes monstruos), siendo Godzilla el más emblemático y famoso de éstos. Pues bien, a la par de estos enemigos, surgieron los héroes que lucharían contra ellos para salvar a la nación, como Ultraman y los grandes robots (Mechas).

Uno de los primeros robots fue la afamada creación de Osamu Tesuka, Astroboy (1963). El pequeño robot fungió como una imagen amigable para el público occidental e impulsó el interés de los televidentes por la robótica, con lo que la imagen de Japón como el gran productor de tecnología tuvo en parte su sustento a causa de la animación. Gracias al anime, el manga y los juguetes, los japoneses empezaron a exportar parte de su cultura al mercado americano y esto terminó por reflejarse en la ciencia ficción occidental, el Cyberpunk se nutrió de las ideas orientales y con ello el retrofuturismo clásico americano, aquel del ideal utópico, tuvo que ceder el paso a una vertiginosa combinación de tecnología, cultura y vida cotidiana.

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Regresando al tema de los robots, tenemos que después de la amigable figura de Astroboy aparecieron los Mechas, aquellos robots gigantes pilotados por jovencitos cuyas dudas existenciales los hacían extremadamente inestables. Mazinger Z, Voltron, Macross (a partir de la cual se creó Robotech, de producción norteamericana) y Evangelion fueron de las primeras series de éste género. En Mazinger podemos ver cómo un gran poder ejercer un peso brutal contra el joven piloto (Kôji Kabuto), mientras que en Evangelion nos adentramos en el inconsciente de los personajes tan sólo para descubrir lo difícil que resulta salvar al mundo, y que los grandes héroes son tan humanos como cualquiera, con problemas, miedos, debilidades y frustraciones que en repetidas ocasiones les impiden seguir adelante.

El tema de los niños no es de gratis, si mostramos al público japonés a un par de niños cargando una responsabilidad de adultos y sorteando obstáculos casi insalvables, terminaremos por crear esa mentalidad en los jóvenes espectadores, obligándolos a dar el 100% por su país y haciendo de su ámbito escolar y laboral mercados cada vez más competitivos. Y esa mentalidad es lo que llevó a Japón a ser una de las principales potencias económicas del mundo, pero también a tener un alto índice de suicidios. Si comparamos esto con México, podemos notar que a nosotros aún nos da miedo destacar, preferimos camuflarnos en la multitud en lugar de ser reconocidos por nuestros logros; siempre es más fácil delegar un gran poder con tal de no adquirir una gran responsabilidad.

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Y es que “nada es gratis, todo es producto de un gran esfuerzo”. Es aquí donde se conjuntan los héroes y la idea del progreso. Progresar cuesta, duele, pero si logramos sobrevivir a ese duro embate —así como Shinji logró subir al Eva nuevamente— entonces podremos ser exitosos. Sin embargo, la diferencia en Japón es que el éxito no es individual como en occidente. Éxito no significa sobresalir tú, sino levantar a todos, es por eso que las presiones en aquel país son tan fuertes, pues cuando falla alguien falla todo el equipo, y eso también lo vemos reflejado en la animación y los programas nipones.

Si bien los personajes de las series Mecha —principalmente pilotos— tienen conflictos personales como todos, no es su persona lo que los hace poderosos, tampoco el gigante robot sobre el cual están montados, sino la conjunción de ambos y el equipo que los dirige; ¿qué habría logrado Kôji sin la dirección de su abuelo, o Shinji sin Nerv? Ésta idea de equipo es muy evidente en Super Sentai (adaptada al mercado occidental como Power Ranger), en donde los jóvenes héroes luchan en equipo de forma incansable contra el mal, y cuando el poder del enemigo es tan fuerte que ni todos juntos pueden derrotarlo, se unen en un gigantesco robot con la fuerza y habilidades combinadas de todo el equipo: el Megazord (que en mis tiempos lo conformaban con DinoZords en aquella primera versión de 1993, MMPR).

Japón y sus desastres I
Japón y sus desastres II
Japón y sus desastres IV

Para saber más sobre ciencia ficción japonesa:

Robot Ghosts and Wired Dreams, Japanese Science Fiction from Origins to Anime. Christopher Bolton, Istvan Csicsery-Ronay Jr., and Takayuki Tatsumi, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2007.