La voracidad del consumo virtual

Faith Hilling

Hace tiempo leí una frase que decía más o menos así: “Internet se escribe con tinta” y luego de meditarla por un rato concluí que es verdad. Todo el contenido que se sube a Internet, dígase imágenes, videos, audios o letras perdurará en la inmensidad de la red por siempre, incluso si borramos lo que hemos compartido eso se quedará almacenado en algún servidor alojado en un país con políticas sobre privacidad y derechos de autor un tanto endebles, oculto para la mayoría de internautas pero posiblemente accesible para quienes frecuentan la Deep Web. Y si bien internet tiene una memoria infinita y se ha convertido en el principal acervo de información en todo el mundo, la velocidad con que se mueven las modas virtuales es tan rápida que aquellos memes o videos que fueron los más populares en su momento quedan en el olvido cuando son desplazados por una nueva sensación.

¿Quién de ustedes no recuerda los videos de Edgar se cae y la Canaca, modas como el Harlem Shake o el Ice Bucket Challenge, los innumerables memes surgidos para ridiculizar la polémica del momento o, si nos vamos al ámbito del hastag, el #noerapenal y las decenas de versiones del #yamecanse? Creo que todos de una u otra forma, algunas veces de manera involuntaria, hemos sido víctimas de esa feroz viralización de determinados contenidos que pululan por la red. El ejemplo más obvio es el de las mentadas Selfies, que ha desplomado la venta de tripies para cámara y borrado de la memoria de los usuarios que existe una opción llamada “temporizador” que permite retrasar el tiempo del disparo. Todas esas modas logran captar a un público masivo, tan incuantificable que cierto video de un cantante coreano averió el contarlo de YouTube.

No era penal March

Ya en uno de sus capítulos, South Park nos ponía en alerta sobre la peligrosidad de seguir las modas de internet y sobre lo rápido que estas pasan. En el pasado la moda se determinaba por décadas, ahora debemos visitar diariamente Twitter para saber cuál es el trending topic de la semana o de esa tarde. Y eso mismo pasa con mucho contenido no viral de internet, los blogueros, los vlogueros, los streamer, los vinestars, los twitstar y los youtubers suben tanto contenido todos los días que en ocasiones algunas cosas que pueden ser muy buenas pasan completamente desapercibidas entre la enorme marejada de contenido al que tenemos acceso. Aunque puede pasar lo contrario como lo que me ocurrió a mi hacer algunas semanas.

En 2011 publiqué la entrada de Catolicadas como parte de una serie de entradas llamadas “La animación como distensor social”, que pretendía hablar sobre las animaciones que abordan temas tabú o que son difíciles de hablar por diversas razones. Descontinúe la serie porque preferí hablar de cada obra por separado y borré todas las entradas, incluida la de Catolicadas que casi nadie leyó. No obstante, como dicha entrada me parecía interesante volví a publicarla con el contenido exacto de aquella primera vez. Para mi sorpresa tuvo mucho éxito y de hecho es la entrada más compartida del blog, ha sido compartida más de 50 veces. Y eso fue lo que me llevó a escribir esto, pues me parece curioso que una entrada con el mismo contenido tuviese más éxito la segunda vez que aquella primera ocasión. Y si bien tengo más lectores ahora que hace cuatro años y la entrada versa sobre un tema polémico, no deja de ser un hecho interesante, sobre todo porque nos muestra que si bien internet se escribe con tinta y lo recuerda todo, la gente no.

Cat Breaded

La gente, sobre todo la gente mexicana, tiene una pésima memoria social, algo que para los políticos resulta ser nuestra mejor cualidad, pues al cabo de unas semanas, meses o años, dependiendo de las atrocidades de sus acciones, todo se nos olvida, perdonamos a quienes nos ofendieron y volvemos a votar por ellos. Y curiosamente ese lapso de memoria varía entre tres y seis años. Lo que ocurrió con la guardería ABC, con el 132, con Acteal, con Atenco y lo que está pasando con Ayotzinapa es la historia de siempre, los políticos dejan que el tiempo lo cure todo, y lo cura, eso y un poco de ayuda de la televisión y las noticias sensacionalista.

Así como las modas de Internet pasan y se olvidan a causa de la velocidad con la que surgen, los problemas sociales, los crímenes de estado y las promesas de campaña se olvidan de la memoria social, de las noticias y de la historia. Para mí, México vive en un estado orwelliano perfecto, donde el Ministerio de la Verdad ni siquiera tiene que preocuparse por borrar o cambiar la historia, pues la ciudadanía lo hará por sí misma. Podemos regresar a Internet, hurgar entre los archivos binarios como los arqueólogos virtuales de Pale Cocoon para reconstruir el pasado histórico a partir del registro digital (Internet será el paraíso de los arqueólogos e historiados del próximo siglo), podemos desgastar el scroll para ver los primeros videos de ese famoso youtuber, pero no podemos hacer lo mismo con los problemas sociales. Lo que ocurrió el 2 de octubre de 1968 no se ha olvidado, cada año hay una marcha, lo que ya se olvidó es el sentimiento de hartazgo ante los atropellos de la autoridad que llevó a los estudiantes de ese tiempo a marchar, y eso es lo que nunca deberíamos olvidar y lo que para desgracias de nuestro país olvidamos primero.

4 respuestas a “La voracidad del consumo virtual

  1. herreiere 6 abril, 2015 / 10:19 AM

    Si la información supera la capacidad de análisis de una población. La comunidad simplemente omite los datos.
    Neal Sthepenson

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  2. danielagzn 5 abril, 2015 / 9:57 AM

    Creo que esto pasa no por falta de memoria, sino porque procesamos la información con una ligereza que da miedo. Los medios de comunicación nos servirán para saber muchas cosas, pero si no hay reflexión sobre lo que consumimos está difícil que vayamos formando un criterio que nos permita hacer frente a las campañas políticas que actúan con la premisa de que el tiempo lo cura todo. Vemos pasar las cosas y seguimos la moda, pero nunca interiorizamos nada.
    Escalofriante entrada! Me encantó cómo lo ligaste todo y tristemente coincido, vaya, no sé qué vamos a hacer con nosotros.

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